TRABAJADORES – Historia | La época de Raimundo Ongaro.

La dictadura de Onganía perseguía a los sindicalistas que no bajaban sus banderas.

La dictadura de Onganía perseguía a los sindicalistas que no bajaban sus banderas.

BUENOS AIRES (TV Mundus) Por Daniel do Campo Spada.- El recientemente fallecido dirigente combativo de la Federación Gráfica Bonaerense, Raimundo Ongaro, se movió en aguas borrascosas. Las dictaduras y la proscripción del peronismo eran los ejes en los que construyó una resistencia de los trabajadores sin bajar nunca la bandera de la dignidad.
A continuación republicamos una parte del libro Semanario CGT, algo más que un período sindical publicado en el año 2010. Aunque en el volumen se analiza la publicación CGT que dirigiera Rodolfo Walsh se contextualizó la situación en la que se dieron esas páginas gloriosas no solo del sindicalismo sino del periodismo.

La CGT de los Argentinos y el contexto de agitación política.

Dentro de los sectores combativas se fue gestando una CGT distinta a la vandorista, que en 1968 se sintetizó en la autodenominada CGT de los Argentinos. El Sindicato de la Federación Gráfica Bonaerense1, del cual provenía el dirigente Raimundo Ongaro considera que hubo tres momentos determinantes: El Programa de La Falda (1957), el de Huerta Grande (1962) y el del 1° de Mayo (1968, redactado por Rodolfo Walsh).

Del sitio de los trabajadores gráficos reproducimos el Programa de La Falda:

EL PROGRAMA DE LA FALDA

Para la Independencia Económica:
a)Comercio exterior:
Control estatal del comercio exterior sobre las bases de la forma de un monopolio estatal.
Liquidación de los monopolios extranjeros de importación y exportación.
Control de los productores en las operaciones comerciales con un sentido de defensa de la renta nacional. Planificación del proceso en vista a las necesidades del país, en función de su desarrollo histórico, teniendo presente el interés de la clase laboriosa.
Ampliación y diversificación de los mercados internacio­nales.
Denuncia de todos los pactos lesivos de nuestra independencia económica.
Planificación de la comercialización teniendo presente nuestro desarrollo interno.
Integración económica con los pueblos hermanos de Lati­noamérica, sobre las bases de las experiencias realizadas.

b)En el orden interno:
Política de alto consumo interno; altos salarios, mayor producción para el país con sentido nacional.
Desarrollo de la industria liviana adecuada a las necesidades del país.
Incremento de una política económica tendiente a lograr la consolidación de la industria pesada, base de cualquier desarrollo futuro.
Política energética nacional; para ello se hace indispensable la nacionalización de las fuentes naturales de energía y su explotación en función de las necesidades del desarrollo del país.
Nacionalización de los frigoríficas extranjeros, a fin de po­sibilitar la eficacia del control del comercio exterior, sus­trayendo de manos de los monopolios extranjeros dichos resortes básicos de nuestra economía.
Soluciones de fondo, con sentido nacional a los problemas económicos regionales sobre la base de integrar dichas economías a las reales necesidades del país, superando la actual división entre “provincias ricas y provincias pobres’.
Control centralizado del crédito por parte del Estado, ade­cuándolo a un plan de desarrollo integral de la economía con vistas a los intereses de los trabajadores.
Programa agrario, sintetizado en: mecanización del agro, “tendencia de la industria nacional”, expropiación del lati­fundio y extensión del cooperativismo agrario, en procura de que la tierra sea de quien la trabaja.

Para la Justicia Social:
Control obrero de la producción y distribución de la riqueza nacional, mediante la participación efectiva de los trabajadores:
en la elaboración y ejecución del plan económico general, a través de las organizaciones sindicales;
participación en la dirección de las empresas privadas y públicas, asegurando, en cada caso, el sentido social de la riqueza;
control popular de precios.
Salario mínimo, vital y móvil.
Previsión social integral:
unificación de los beneficios y extensión de los mismos a todos los sectores del trabajo.
Reformas de la legislación laboral tendientes a adecuarla al momento histórico y de acuerdo al plan general de transformación popular de la realidad argentina.
Creación del organismo estatal que con el control obrero posibilite la vigencia real de las conquistas y legislaciones sociales.
Estabilidad absoluta de los trabajadores.
Fuero sindical.

Para la Soberanía Política:
Elaboración del gran plan político-económico-social de la realidad argentina, que reconozca la presencia del movimiento obrero como fuerza fundamental nacional, a través de su participación hegemónica en la confección y dirección del mismo.
Fortalecimiento del estado nacional popular, tendiente a lograr la destrucción de los sectores oligárquicos antina­cionales y sus aliados extranjeros, y teniendo presente que la clase trabajadora es la única fuerza argentina que representa en sus intereses los anhelos del país mismo, a lo que agrega su unidad de planteamientos de lucha y fortaleza.
Dirección de la acción hacia un entendimiento integral (político-económico) con las naciones hermanas latinoame­ricanas.
Acción política que reemplace las divisiones artificiales in­ternas, basadas en el federalismo liberal y falso.
Libertad de elegir y ser elegido, sin inhabilitaciones, y el fortalecimiento definitivo de la voluntad popular.
Solidaridad de la clase trabajadora con las luchas de liberación nacional de los pueblos oprimidos.
Política internacional independiente.

A todas luces recuperaba lo que era el modelo justicialista de gobierno con los tres ejes mencionados, pero con un alto componente de reivindicación de los derechos de los trabajadores y planteando una inevitable lucha de clases, las mismas que a través de las fuerzas armadas habían vuelto al poder que, por distintos medios, siempre habían mantenido.
Según Julio Godio2, no solo los militares sino los partidos políticos cívicos que apoyaron el derrocamiento del peronismo querían desideologizar a la clase obrera, pero los trabajadores habían consolidado un sentido de pertenencia emocional a Juan Domingo Perón y María Eva Duarte que ninguna de las corrientes socialistas, comunistas o meramente sindicales pudo ocupar. A pesar de la férrea censura en los medios de comunicación, la destrucción de la profusa iconografía peronista3 en los corrillos, en las conversaciones cotidianas, se susurraba la idea del retorno.
En 1958, los militares intentaron salir de su desmanejo con una democracia controlada, con proscripción del movimiento mas fuerte que a todas luces era el peronismo, llegó al gobierno (no al poder) Arturo Frondizi, con uno de los dos sectores en los que se había dividido el radicalismo (UCR Intransigente y UCR del Pueblo, que respondía a Balbín). El movimiento obrero apoyó al frondizismo porque Perón desde el exilio le hizo un guiño para conducir un proceso que derivara en un retorno a una democracia plena. El único gesto que hizo el Presidente fue llamar a elecciones provinciales en marzo de 1962 en las que los justicialistas ganaron ocho provincias, tras lo cual las intervino antes de que asumieran los gobernadores elegidos.
Quienes tenían el poder eran los militares y en forma de “planteos” le decían al desarrollista lo que debía hacer. La resistencia sindical comenzó a crecer cuando el Ministro de Economía Alvaro Alsogaray congeló los salarios y liberó la inflación, licuando violentamente los costos para los empresarios pero derrumbando todas las conquistas de los trabajadores. Cuando la resistencia fábrica por fábrica empezó a crecer presionada por tamaño atropello, en marzo de 1960 el mandatario implementó el Plan Conmoción Interna del Estado, tristemente conocido como Plan Conintes en el que los desalojos y control de las fábricas o manifestaciones callejeras quedaron a disposición del criterio de los militares responsables de las jurisdicciones en que se produjeran.
A pesar de la entrega de lo sustancial del poder los militares necesitaban en el sillón de Rivadavia a alguien mas dócil y por ello lo derrocan en marzo de 1962 y lo llevan detenido a la isla Martín García en medio del Río de la Plata. En su lugar ponen al Presidente del Senado José María Guido quien cerró el Congreso y llamó a dos Ministros de Economía sucesivos representantes de empresas e intereses extranjeros y profundamente anti trabajadores como Federico Pinedo y el ya mencionado Alvaro Alsogaray, quien asumía nuevamente en pocos años.
En ese contexto adverso se reunieron los sindicalistas combativos y emitieron el Programa de Huerta Grande en 1962 que manifestaba una clara oposición a lo que el gobierno llevaba adelante. A siete años del derrocamiento, proscripción y profusa campaña en contra de todo lo que fue el justicialismo no lograron que desapareciera el principal actor de la política contemporánea. Los militares no lograron que en la mente de la clase trabajadora algo ocupara su lugar. Las únicas vertientes que históricamente se ocuparon de los obreros y los campesinos fueron el socialismo y el comunismo y los militares, alineados con Estados Unidos en una incipiente guerra fría por el contrario los perseguían. Ningún sector burgués podía llenar ese vacío. Por el contrario, lejos de las diferencias que los separaban en pleno proceso justicialista muchos sectores de izquierda se unieron en las bases al coincidir las luchas. Cuanto mayor era la presión oligárquica menores parecían las diferencias teóricas. La lucha y la resistencia unían mucho más que las discusiones en una mesa de café.
Sindicalistas como Agustín Tosco, Amado Olmos, o intelectuales como Rodolfo Walsh u Osvaldo Bayer podían sentir que estaban del mismo lado a pesar de sus diferencias ópticas.

En 1962, como decíamos, en Huerta Grande se emite un plan de lucha e idea de gobierno de la clase trabajadora:

EL PROGRAMA DE HUERTA GRANDE (4)

1.Nacionalizar todos los bancos y establecer un sistema bancario estatal y centralizado.

2.Implantar el control estatal sobre el comercio exterior.

3.Nacionalizar los sectores claves de la economía: siderurgia, electricidad, petróleo y frigoríficas.

4.Prohibir toda exportación directa o indirecta de capitales.

5.Desconocer los compromisos financieros del país, firmados a espaldas del pueblo.

6.Prohibir toda importación competitiva con nuestra producción.

7.Expropiar a la oligarquía terrateniente sin ningún tipo de compensación.

8.Implantar el control obrero sobre la producción.

9.Abolir el secreto comercial y fiscalizar rigurosamente las sociedades comerciales.

10.Planificar el esfuerzo productivo en función de los intereses de la Nación y el Pueblo Argentino, fijando líneas de prioridades y estableciendo topes mínimos y máximos de producción.

Las líneas de acción propuesta estaban en las antípodas de lo que la alianza cívico militar de la burguesía proponía. La conflictividad y el espíritu combativo estaban en el aire en un momento en que la cultura, de la mano de una mas que rescatable calidad e importante acceso al sistema educativo generaba una clase de ciudadano activo en un contexto de proscripción y limitación de libertades ciudadanas. La prohibición de mencionar palabras ligadas al peronismo, lejos de hacer que se olvidara como experiencia colectiva, habían generado un vacío de acciones concretas que permitían que fuera idealizado desde la derecha hasta la izquierda. Quizás si Juan Domingo Perón hubiera podido ejercido el poder habría generado menos adhesión, pero su no acción permitía que en el imaginario individual el líder fuera adaptado a las mas variadas ideologías.
Como salida a una institucionalidad alterada, en 1963 llega al poder un débil gobierno radical en la figura de Arturo Illía, quien solo obtuvo el apoyo del 24 % del padrón. El voto en blanco, que fue la orden de Perón desde el exilio, llegó al 50 %, y ello fue interpretado como un fortalecimiento de ese espacio prohibido pero que seguía allí. Durante los tres años radicales esto comenzó a generar un crecimiento del divisionismo en el sindicalismo, ya que muchos creían que Perón volvería solo con la maduración de la debilidad de los gobiernos cívico militares y otros que veían esa fragilidad del poder en la lucha que los trabajadores daban fábrica por fábrica. El movimiento industrial que había comenzado durante el gobierno justicialista había creado un obrero calificado que veía un poco mas allá de la reivindicación social. No solo los dirigentes clasistas (ligados a las izquierdas) tenían mucha formación histórica sino que además las corrientes peronistas se destacaban por su importante manejo de la dialéctica y de los proyectos integrales de sociedad.
Una mínima apertura electoral en la renovación parlamentaria de 1965 demostraba nuevamente que el peronismo estaba vivo ya que aunque con nombres usados como pantalla de simulación, había ganado en las provincias litoraleñas y Buenos Aires, principales reductos económico fabriles del país. Córdoba y Mendoza históricamente han sido difíciles para el justicialismo y esta no era la excepción. De todas formas, bajo un plan de lucha se tomaron fábricas o plantas (nombre mas usado en la época) en una cifra sorprendente: 11.0005 . Si en 1967 se renovaban las gobernaciones, el retorno de la principal fuerza proscripta desataría según los militares conservadores, un regreso del populismo. Por ello, dan en 1966 un golpe de Estado autodenominado Revolución Argentina, en la que no solo colaboraron los militares junto a las élites socioeconómicas, las multinacionales que habían ingresado en el proceso de desnacionalización iniciado con Eduardo Lonardi (Presidente de facto en 1955) y que se habían consolidado con Arturo Frondizi (Unión Cívica Radical del Pueblo, asumido en 1958 y derrocado en 1962), sino que sorprendentemente también lo hace un sector sindical ligado a Augusto Timoteo Vandor, líder metalúrgico muy amigo del poder y de la idea de “un peronismo sin Perón”.
La historiadora María Sáenz Quesada6 sostiene que Onganía contó con gran apoyo, en general de una ciudadanía que tampoco veía como legítimo ni fuerte al gobierno de Arturo Illia surgido de una pseudo democracia en la que la prohibición de participación del peronismo, incluso, la convertía en ilegal. “El nuevo gobierno mereció el elogio de un espectro muy amplio. (…) Alende (UCRI) y Frondizi (MID) estaban conformes”7. José Luis Romero8 coincide con esta visión al escribir que “…Onganía no solo tenía el apoyo pleno de las Fuerzas Armadas, sino que gozaba de un amplio consenso nacional, y había una suerte de confianza general en su capacidad para realizar los cambios que a todos parecían urgentes. De ese modo, el nuevo Presidente pudo anunciar, sin despertar mayores resistencias, que su gobierno carecía de plazos”.
Julio Godio9 refrenda desde otro lugar la misma situación: “…desde la derecha integrista, pasando por el vandorismo, hasta la izquierda peronista, apoya la asonada militar. (…) La CGT, producido el golpe, emitió el 29 de junio una declaración en la cual destacaba la afinidad ideológica entre el peronismo y el nacionalismo católico del nuevo Presidente General Onganía y su equipo”. A una cerrada defensa del capitalismo debía agregarse además una directa alineación con Estados Unidos, que sostenía la Escuela de West Point de la que había egresado el nuevo Jefe de Estado.
Las únicas oposiciones registradas en forma clara eran la del Movimiento de Unidad y Coordinación Sindical (MUCS10, 19 sindicatos allegados al Partido Comunista) y la Federación Universitaria de Buenos Aires11 (FUBA, allegado al radicalismo derrocado).
Las centrales obreras se habían ilusionado en vano ya que las autoridades de facto no solo disolvieron a todos los partidos políticos e incautaron sus bienes sino que además se apropiaron de todo los sistemas de salud y asistencia social de los sindicatos, muy caro a las conducciones gremiales. Del encantamiento inicial se pasó a una sorpresa que algunos intentaron soliviantar con negociaciones individuales y otros, muy por el contrario, comenzaron a organizarse con otro perfil. La represión fue el fundamento del crecimiento de los gremios combativos”.

(do Campo Spada, Daniel. Semanario CGT. Algo más que un periódico sindical. Buenos Aires. El Garage. 2010 Págs. 19-30)

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