La década ganada.
Por Daniel do Campo Spada.
Lo que en breves meses será un libro es imposible resumirlo en apenas unas centenas de palabras, por lo que apenas haremos algunos extractos que resuman el espíritu de esta década de kirchnerismo en el que la Argentina dio un giro de 180 grados. A la distancia y si uno mira por el espejo retrovisor, nos sorprenderíamos desde donde venimos y hasta donde se llegó. Cuando en mayo de 2003 un ignoto gobernador patagónico llegaba a la Presidencia con solo el 22 % de los votos la única esperanza que teníamos era creer en las profecías de Florencio Parravicini (que invito a que lean para sorprenderse).
El 25 de mayo de 2013 el diario Tiempo Argentino que dirige Roberto Caballero tuvo una idea excelente e imbatible. Seleccionó apenas 500 medidas tomadas en la década en la que prácticamente no hay sector (laboral, educativo, social, económico, regional e internacional) en el que no se hayan encarado acciones hacia la integración social, nacional y latinoamericana. Hace treinta años, cuando apenas tenía 20 el que esto escribe, esas eran banderas que defendíamos en pequeños espacios (bares, unidades básicas barriales, asambleas, reuniones familiares, etc) pero con pocas posibilidades de creer que fueran algo más que una utopía. Ni que hablar cuando a los 35 años nos encontramos en medio del neoliberalismo en el que se impusieron el egoísmo, el esnobismo barato y comprado en Miami mientras muchos éramos golpeados laboralmente ante la indiferencia generalizada. Aclaro que algunos resistían, pero eran los menos. ¿Cuándo íbamos a imaginar que esos sueños podían mínimamente realizarse? ¿Cuántos eran los que no había sido domesticados en una postura de resignación? Aún los que militábamos nos resignábamos en la teoría de “lo posible”.
Pero en el 2003, casi sin que nos diéramos cuenta, cuando todavía contábamos los millones de desocupados que la fiesta menemista había dejado en la calle, los muertos de la Plaza del diciembre de Fernando De la Rúa, la cantidad de cómplices de Domingo Cavallo que seguían pidiendo “gestos” (eufemismo para etiquetar a las peores agachadas gubernamentales en contra del pueblo y a favor de los poderosos) llegó Néstor Kirchner. Es pura verdad que solo conocíamos las agallas de su esposa Cristina Fernández quien había sido expulsada del bloque del Justicialismo en el Congreso por no transar con la entrega, pero nada más que eso.
El discurso de asunción prometía un nuevo tiempo, pero en ese momento… ¿Quién creía en un discurso? Tenía todas las chances de ser uno más, aunque algunos párrafos indicaban que algo no era habitual cuando dijo que no había llegado al Gobierno “para dejar las convicciones en la puerta de la Casa Rosada”, identificándose como un “hijo de los 70, las Madres y las Abuelas” y muchas otras frases que no eran a las que nos habían acostumbrados los tecnócratas de la entrega.
Después, el discurso empezó a hacerse realidad. La política de Memoria, Verdad y Justicia en la que los asesinos de la dictadura empresario-cívico-militar volvieron a los tribunales a rendir cuentas por sus crímenes, los robos de bebés, la entrega del país y todo el daño que hicieron nos ayudó a empezar a creer. Bajar el cuadro de los dictadores Jorge Videla y Reynaldo Bignone del Colegio Militar fue algo más que un signo. Fue un sello que indicaba que de ahí no se retornaba.
Luego llegaron la salida del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) en la que Estados Unidos hubiera terminado por coparnos. La troika con Hugo Chávez y Lula Da Silva marcaron el tiempo de América Latina y el sueño de la Patria Grande ya no era la utopía de Simón Bolívar o José de San Martín sino una realidad del presente. Medidas inmigratorias que privilegian a los nacidos en Sudamérica es el principal indicio de la hermandad reconocida. Recuperábamos a nuestros hermanos de siempre.
En el plano económico, la reestatización de las jubilaciones (prisioneras de la mayor estafa bancaria que se recuerde en la historia argentina), Aerolíneas Argentinas, el Correo, Yacimientos Petrolíferos Fiscales y a la brevedad los ferrocarriles nos mostraron que el Estado volvía a ser la herramienta social igualadora en la que debemos apoyarnos los más pobres. El discurso neoliberal quedaba dañado, mas allá de que aún no hemos salido del capitalismo (sistema basado de por sí en la perversidad de la explotación del hombre por el hombre).
La inversión en educación, donde se crearon diez universidades nacionales nuevas ubicadas en zonas en las que el acceso al mayor nivel educativo era una utopía en serio. La mayoría de los nuevos estudiantes son los primeros en su familia en acceder a una carrera de grado. Quedo subsanar aún nepotismos como los de Florencia Saintout en la Facultad de Periodismo de la Universidad de La Plata, las esposas de algunos intendentes del oeste del conurbano que ocupan espacios académicos determinantes y los concursos que ni son tan públicos ni justos en la mayoría de los casos. Este punto oscuro del amiguismo entre los profesores universitarios lamentablemente no es una práctica nueva y los radicales tanto como los conservadores (cada uno a su turno) cometieron el mismo error. Al mismo tiempo, millones de familias recordarán que la primera computadora que ingresó a su familia fue dada a sus hijos en el colegio en el Plan Conectar Igualdad.
Al momento de escribir esta nota, que rara vez hacemos en primera persona, no podemos olvidarnos los permanentes ataques que los sectores oligopólicos hacen desde sus multimedios de comunicación, empresas financieras (con el intento de desestabilizar con la especulación cambiaria), los terratenientes (no liquidando las exportaciones para hogar financieramente al Estado) que han tenido medidas más que valientes como respuesta en la sucesión de Néstor Kirchner encarnada en su esposa Cristina Fernández. La Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual (LSCA), la Asignación Universal por Hijo (AUH), el matrimonio igualitario y la repatriación de científicos redundaron en el resultado más esperado que reasegura el tiempo por venir. La militancia, el hablar de política y el informarse de lo que pasa prendió en las nuevas generaciones y aunque la derecha quiere volver a la indiferencia de los 90, con sus ataques cotidianos de muy baja estopa solo logra lo contrario. Afortunadamente.
Esta nota es muy estrecha para llevarla a análisis de mayor profundidad, pero nadie podría oponerse a números irrebatibles en cuanto a que la economía del país creció un 100 % en solo diez años aunque para nosotros lo más importante no es solamente la reducción de la pobreza de un 59 a un 17 %, de la desocupación de un 28 % a un 7 % y exportaciones que aumentaron un 300 %, sin olvidarnos que nos sacamos al Fondo Monetario Internacional de encima al cancelar la deuda al tiempo que se lograba reducir en un 75 % esas cifras propias de explotadores. Lo más importante es que este es un país más justo y la esperanza camina con nosotros. Y eso no se debe renunciar.
do Campo Spada, 2013 (C)
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MAYO 2013-05-25
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