Los hechos de la masacre de Pando.

 Por Daniel do Campo Spada.

 

tapa_eco_33Tomando como documento el Informe Final que la Comisión de UNASUR emitió sobre la investigación de la masacre de Pando se desprende que si bien desde lo verbal hubo mutuas amenazas, quienes tenían armas de grueso calibre (muchas de ellas consideradas de guerra) eran los guardias de la Prefectura. La escalada de violencia que había comenzado en las últimas semanas, en las que se agredían a todos los bolivianos con razgos collas y los discursos racistas de todas las Prefecturas de la Media Luna, sector rico del país. El racismo a flor de piel de los cruceñistas y sus pares en Beni, Pando y el resto de las regiones procuraban la separación de la nación predominantemente aborigen. “Que se mueran los collas”, “No queremos un Presidente indio”, son frases que atildados jóvenes de la clase alta blanca pinta en las calles de sus ciudades, cuando no pareció importarles tener un primer mandatario (Sanchez de Losada) que ni hablaba bien el castellano.

Cuando la rebelión armada para derrocar a Evo Morales parecía avanzar, los campesinos temieron que les quitaran sus tierras y marcharon a defender el orden constitucional y sus derechos adquiridos durante el gobierno del Movimiento al Socialismo (MAS). Allí los esperaban los sicarios contratados a tal efecto. Algunos provendrían de Brasil y otros de Perú, aunque esto no lo pudo comprobar la Comisión investigadora.

Las agresiones físicas provinieron de los cívicos (separatistas, coordinados por el Embajador de Estados Unidos), en algo que admite incluso el Prefecto Leopoldo Fernández (Párrafo 3 del Capítulo 8 del Informe), actualmente detenido en las cercanías de La Paz. Cuando durante las primeras horas del 11 de septiembre los grupos campesinos avanzaron sobre la ciudad, congregándose en los caminos que unían a las distintas comunidades los prefectos comenzaron con sus amenazas y agresiones físicas para impedirlo. Quizás en un intento de resguardarse contra el uso de armas de fuego, fueron tomados un grupo indeterminado de rehenes de los secesionistas. Por el contrario, una orden que aún hay que identificar, generó en horas del mediodía el uso de armas de fuego contra los marchistas.

Las escenas relatadas en los testimonios juntados por la Comisión van desde ejecuciones sumarias, asesinatos escabrosos como el de una madre con su hijo en brazos, desaparición de personas y ocultamiento de cadáveres. Algunos testimonios vieron cómo los hombres de la Prefectura se llevaban cuerpos en camiones volcadores.

En el párrafo 10 (Cap. 8), el testigo Juan Roca manifestó que “yo decía que los niños no tienen culpa, los mataron y los botaron (tiraron) al río. Al no poder recogerlos, las sardinas se los comen. Uno tenía un año y el otro tenía seis meses y los han matado como si fueran unas personas mayores que hayan tenido culpa”.

Los prefectos tienen solo dos muertos (Pedro Oshiro y Alfredo Céspedes) en tanto que todos los demás son campesinos donde “en la inmensa mayoría de los casos con signos de muerte por heridas de armas de fuego”. (Párrafo 9, Cap. 8).

Las muertes tuvieron dos finalidades: eliminación selectiva de dirigentes representativos (para debilitar al movimiento campesino) y otras a mansalva para amedrentar. Según los testimonios de Pamela Cartagena, Justo Urquiza Aspasa, Modesta Espinoza, Jorge Borobobo Vaca y Nora Montero Oliver, un camión volcador persiguió al tractor en el que iba el dirigente Bernardino Racua. Cuando lo tuvieron a pocos metros lo ametrallaron sin mediar ningún tipo de aviso. (Párrafo 11, Cap. 8) A su hijo lo torturaron para saber donde estaba su madre. Le decían que su progenitor estaba muerto, pero que la querían a ella. (Párrafo 28, Cap. 8)

La Comisión pudo comprobar que los docentes Jhonny Cari Sarzuri, Wilson Castillo Quispe y Alfonso Cruz Quispe fueron secuestrados, torturados y mutilados. No hay certeza si esto ocurrió antes o después del fallecimiento, ya que no se realizó una autopsia en el momento. Fueron varios los docentes que castigaron los cívicos, pero estos fueron los casos más documentados. La Normal de Filadelfia se había unido al reclamo de los campesinos y el Prefecto Fernández lo único que no entendía no era el por qué de las muertes sino “qué hacían con esos campesinos”. (Párrafos 11-14, Cap. 8) En las torturas, para tomar la magnitud de la crueldad, debe tenerse en cuenta que les faltaban las orejas y los dientes, según el testimonio de Gualberto Castillo Mamani radicado en la Fiscalía.

El ingeniero Pedro Oshiro, de los prefectos, habría caido bajo las balas de sus secuaces, ya que luego de un choque de su camioneta le dispararon con un arma de 9 mm como la que poseen los seguidos de Fernández. La hipótesis es que los mercenarios creyeron que quien los chocaba era para impedir su persecución a un camión con campesinos. Por ello, de vehiculo a vehículo lo mataron. (Párrafo 18, Cap. 8).

Del conjunto de testimonios y constancias reunidas por esta Comisión se desprenden pruebas sustanciales que generan la convicción de que existieron torturas y tratos crueles efectuados de manera masiva y sistemática por los sectores cívicos y prefecturales en contra de los campesinos” (Párrafo 25, Cap. 8). El texto es concluyente y sirve de introducción a las declaraciones que demostraban los tratos crueles e inhumanos y degradantes que atentaron contra la libertad personal de los ciudadanos. Los prefecturales sacaron a personas de la propia terapia intensiva para matarla a golpes y por la radio anunciaban que los campesinos no serían atendidos en los hospitales. De esto no se salvaban ni las mujeres ni los niños.

Tras la masacre, se empezó a amenazar a las familias y a los sobrevientes, siguiendo con días de terror, donde muchos se escondieron a la vera del Río Tahuamanu. Los sicarios mataron a varios campesinos al momento en que se rendían, pero su caída a las aguas los convierte en automáticos desaparecidos porque la fauna come los cadáveres.

Las niñas no se salvaron de las violaciones. Según el relato de Carmen Parada Rivero, tres hombres violaron a una pequeña de 11 años, o el testimonio de Viviana Navi Ayala que vió a una niña muerta que sangraba desde su vagina. Jaime Rivas Monje dicen que los prefecturales decían que penetrarían a todas las mujeres hasta el momento en que estén muertos todos los dirigentes. (Párrafo 35, Cap. 8)

 

En los Balcanes europeos se dieron limpiezas étnicas de una crueldad inimaginada. Quien allí se desempeñaba y fue sindicado como el artífice de esos hechos que terminó con la atomización de ex paises socialistas era el Embajador norteamericano Philip Goldberg quien también estaba en Bolivia en el momento de la agitación de la Media Luna y los crueles hechos que ameritaron su expulsión.

 

 

DICIEMBRE 2008

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